lunes, 15 de junio de 2015

Acero y sangre





Nunca tuve en cuenta los peligros que me rodeaban, que me acechaban a cada instante, por mucho que fuesen interminables jamás me paralizó el miedo. Desde mi llegada al mundo supe que mi lucha, esta batalla que me persigue desde siglos atrás, no tendría fin, y de ser así, quizá yo no lo viese llegar nunca. Pero nada importa más que mi lucha, y en este tiempo mi cuerpo ha conseguido salir intacto de todo aquello que he destruido, de toda la sangre derramada. Sobrevivir una y otra vez ha sido un acicate que inunda mi corazón, que me guía, que me impide mirar atrás, librándome del arrepentimiento, no hay marcha atrás.
Combatí durante miles de días y largas noches cerradas a través de las montañas, de este a oeste, de norte a sur a través de mares en tinieblas. Con mis propias manos vencía enemigos por doquier, mientras la lucha, cada vez más atroz, reforzaba mi espíritu y mi poder, esta venganza no dejará de crecer nunca, me repetía a mí mismo, esta ira que me invade seguirá creciendo.
Con estos ojos he contemplado amaneceres resurgir de entre ríos de sangre, he sentido el calor resecando mis labios y mis manos manchadas, mi espíritu agotado, mi alma intacta, entonces creí  que la oscuridad terminaría por ser eterna entre tanta desolación y muerte. Hoy, mis manos siguen reclamando venganza, y no se cansarán nunca. 


Esther. R.B.










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