jueves, 11 de junio de 2015

El hombre del árbol muerto


El frío le helaba las manos, sin embargo jamás lo haría lo suficiente como para causarle daño alguno, incluso le gustaba, esa sensación de sentirse  tan humano, de creer y sentirse capaz de pasearse entre ellos, andar entre mortales sin sentir el odio que creían tan fervientemente que debían tenerle. Cuando se movía entre ellos lo hacía con sigilo, pero a la vez, adoraba ser visto, ser admirado por los humanos, súbditos e inocentes servidores... Pero aquella noche buscó el silencio y la paz del mundo entre las montañas heladas del norte, que entre bancos de niebla se alzaban altivas y relucientes a la luz de la luna. Anduvo por entre la nieve virgen, hundiendo en ella las piernas hasta la rodilla, sin embargo no le pesaban los pies, se desplazaba como quien empuja el agua del mar para llegar a la playa, con suavidad y firmeza. Se detuvo entonces bajo el viejo árbol de la colina donde parecía terminar la tierra, desde allí abrió los brazos de par en par y contempló el horizonte, proclamando al viento que cuanto allí había era suyo y así seguiría siendo…
  Esther R.B.

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