viernes, 11 de diciembre de 2015

Jenus y Calypso (Parte 1)

Jenus recordaba su historia de amor como si fuese ayer, como si los siglos no hubieran ido avanzado como segundos, como si todos los días de sufrimiento ya no hubieran existido. El Rey era leal con el hombre que había sido en el pasado, con las decisiones que había tomado, era honesto con el amor que había sentido por ella. Jamás negaría a nadie, ni siquiera a si mismo, que de volver atrás no hubiera caído en sus redes de nuevo, y ello pese a todo lo que había acontecido después, pese a todo el dolor que había pasado su pueblo sometido al yugo de una Reina que le había embaucado.
Había sucedido al poco de que la guerra hubiera llegado a su fin, después de doce años batallando frente a una guerra que había dado comienzo mucho antes de que Jenus y su ejército intervinieran, más de cien años encadenando lucha tras lucha, muerte y sangre que habían convertido la llanura del mundo de los elfos en una gran tumba sin nombres.
Tras las largas celebraciones que prosiguieron al fin de la primera guerra, donde se le honraba por haber dado muerte al temible Jonás, Brania y las tierras de los elfos le hubieran estado eternamente agradecidos, si años más tarde la avaricia que comenzó a consumirle no le hubiera llevado al encuentro del mago Infrodes, mago expulsado hacía años de las pacificas tierras elfas por llevar a cabo ritos oscuros y usar la llamada nicromancia. El Rey anhelaba que le fuera concedida la inmortalidad, disfrutar de un reinado eterno, sin embargo ya no era el mismo hombre de entonces y su pueblo lo sabía, viejo y sin herederos temía por su trono, y también por la debilidad de Brania ante sus enemigos en el momento de su inevitable ausencia. Así pues, Jenus, haciendo caso omiso de las advertencias de quienes le rodeaban y lleno de codicia, pidió al mago que le concediera la vida eterna. Infrodes por su parte, deseoso de servir al legendario rey Jenus accedió sin contemplaciones, omitiendo la verdad que se escondía tras aquel hechizo, la inmortalidad le llevaría a la desgracia, y por consiguiente también a quienes le rodeaban.
Durante años Jenus disfrutó de su reinado inmortal, e incluso se convirtió en el Rey que una vez antaño había sido para su gente. Las tierras de los hombres disfrutaron de algunos años más de paz y prosperidad, sin embargo un tiempo más tarde, Jenus decayó de nuevo, aburrido de su larga existencia y abatido por la soledad que sentía dejó que su reino se desmoronara sin remedio. Así una noche las puertas del castillo se cerraron para no volver a abrirse, encerrado en sí mismo, terminó con las relaciones que les unían a las tierras elfas y su gran amigo el rey Kalino, cerró fronteras y puertos, y sus hazañas quedaron olvidadas.
Infrodes, arrepentido por el decaimiento de su rey, y atribuyendo aquel hecho a la desgracia que se escondía tras la inmortalidad y de la que no le advirtió, le aconsejó que buscara de nuevo la gloria y el pueblo le perdonaría sus últimos años de aislamiento. Jenus decidió entonces adentrarse en el bosque negro y acabar con la oscuridad que el mago Birendorf había despertado con su poderosa magia negra muchos siglos atrás. Si conseguía poner remedio a la putrefacción que rodeaba Brania y seguía contaminando los alrededores de la ciudad, quizá podría así recuperar la fe de su pueblo, y en sí mismo.
Fue una noche cuando finalmente El Rey Jenus a lomos de su caballo, junto con un pequeño escuadrón marcharon a galope hacia el norte para intentar acabar con el mal de su pueblo. Bajo la lluvia intensa que siempre lo cubría todo en aquella zona mas apartada de Brania, cruzaron la extensa llanura repleta de malas hierbas que escondían pequeños lagos negros y profundos, aguas infectadas y comunicadas a través de túneles subterráneos procedentes del gran lago que se hallaba en el interior del bosque negro, la misma lluvia que caía incesantemente había sido en parte responsable, sin embargo que lloviera tampoco era algo natural de la zona, o al menos no lo había sido en otra época.
Tras cruzar la llanura sin más peligro se detuvieron, ante ellos el bosque se abría en una hilera de enormes y altísimos árboles en tonos grises que se alzaban rodeándolo durante una gran extensión de monte. El límite era claro, y cuando ante el Rey, una abertura entre las enredadas y mortecinas ramas le invitó a entrar, lo traspasó sin más dilación, como si hubiera recuperado la fortaleza que una vez le había dado la gloria.
Sus hombres se miraron con desconcierto, nadie que conocieran o hubiesen conocido en el pasado había entrado en aquel bosque, solo quedaban las historias de algunos, leyendas que siempre terminaban con música y muerte, cantos y melodías en la oscuridad, y gritos, gritos que se perdían en el agua, eran las sirenas de Birendorf, aquellas que una vez flotaron entre luz y aguas cristalinas y que hoy nadaban entre las aguas que las habían infectado, convirtiéndolas finalmente y sin remedio, en algo muy distinto a lo que una vez fueron.
Los hombres entraron sin sus monturas, sabían que debían moverse con sigilo. Con cautela se movieron entre sus ramas sueltas y grandes raíces mientras el suelo pegajoso y lleno de plantas y algas muertas les ralentizaba el paso. Los soldados se sentían nerviosos, sin embargo Jenus parecía impasible, y eso que todavía no tenía claro que debía o podía hacer para remediar aquella atrocidad que tenía ante sus ojos. Creyó que debía hallar la pequeña casa en la que Birendorf había residido tras su destierro de la desaparecida ciudad de Riello, sin embargo no sabía porque lo hacía, pensó que no serviría para nada, ¿que podía hacer él contra la magia oscura?
De pronto, un grito sordo se dejó oír entre los últimos hombres que formaban el escuadrón, Jenus ni ninguno de sus soldados podían ver nada entre tanta oscuridad, al final solo se oyó el murmullo del agua, alguien había caído en las redes de las sirenas y ya era tarde para ayudarlo.
Siguieron avanzando hasta llegar a un lago más grande que todos los demás que se habían encontrado hasta entonces, los hombres con sus espadas desenvainadas se estremecieron, allí debían vivir cientos de sirenas, quizá más, y entre aquella oscuridad, entre la espesura que no dejaba ver nada, el lago más grande comenzó a desprender una niebla verdosa y a la vez brillante que se extendió por todo su alrededor, muchos más lagos comenzaron a dejarse ver alrededor de todo el escuadrón, rodeándolos. Los hombres temerosos se agruparon formando un círculo, y de repente una solitaria sirena asomó poco a poco de entre las aguas. Los hombres se mantuvieron alerta e intentando alejarse de ella lo más posible, pero entonces tras de ellos otra salió a la superficie, las sirenas se agolparon a su alrededor observándolos con inocente curiosidad.
El silencio se adueñó del bosque, solo se dejaba oír el rumor de las aguas moviéndose lentamente, y de pronto una melodía, un sonido lejano, una voz angelical retumbaba por entre los árboles y las rocas llenas de musgo negro. Los hombres las observaron, estaban cantando aunque no parecían mover los labios, su piel aunque pálida parecía del mismo tono que la verdosa niebla que flotaba a su alrededor y las algas negras se deslizaban por sus hombros y por sus largas melenas negras y empapadas. Sus ojos negros se clavaban en los soldados, quienes las miraban con miedo y expectantes a lo que podía suceder.
Aconteció en cuestión de segundos, cuando una de ellas abordó por las piernas al primer soldado, lo hizo con tal rapidez que sólo se oyó el sonido del agua al sumergir el cuerpo entre la oscuridad. Entonces Jenus alzó su espada y la lucha entre las sirenas y los soldados dio comienzo. Los hombres de Jenus lanzaban estocadas en la oscuridad sin cesar, se defendían de ellas con todas sus fuerzas, sin embargo las espadas no servían de nada, sus cortes se curaban al instante y los soldados no tardaron en verse desbordados. Veían a sus compañeros caer a las pútridas aguas, arrastrados por entre cinco o seis sirenas a la vez, no había nada que hacer.
De pronto el silencio volvió a reinar en el bosque, solo Jenus había quedado en pie. Se hallaba ante el gran lago, a su alrededor las sirenas se desplazaban por el agua acercándose cada vez más a él, en aquel instante, sin esperanza, creyó ver llegar el fin de su Reinado, pero no se sintió mal por el ello, aceptó su derrota.
Pero entonces un susurro pareció provenir de todas partes del bosque, surgió de la tierra y de entre los árboles muertos. - Mi rey –repitió una y otra vez.
Era una voz de mujer, sin embargo esta era distinta a todas las demás, su voz poseía un tono especial, nítido y vibrante, dulce pero escalofriante a la vez. Pertenecía a la sirena que del centro del gran lago comenzaba a alzarse de entre todas las demás, ellas la miraban con respeto y admiración mientras por cortesía se echaban a un lado. Ante Jenus, surgió la más bella de las sirenas malditas de Birendorf, ella era Calypso, la reina de aquellas aguas podridas, la más antigua de todas ellas, la que más tiempo llevaba buceando entre los lagos del bosque negro.
Calypso tenía unos grandes ojos negros bajo unas cejas perfectamente perfiladas y una mirada felina que se clavaba en Jenus, la piel que asomaba del lago brillaba a causa de aquel líquido viscoso que la había visto nacer y por el que ahora se desplazaba. Con sutileza y casi sin moverse se acercó a la orilla del lago, bajo los pies de Jenus, y se apoyó en el borde de costado, dejando asomar su cola negra y plateada. Entonces Jenus sin pensarlo un segundo enfundó su espada y lentamente se agachó para contemplar más de cerca a Calypso, quien sin dejar de mirarle le dedicaba una sonrisa complaciente. Eres el Rey – Le dijo la sirena Calypso. Eres la Reina – contestó entonces él.
Las demás sirenas comenzaron a desaparecer de la superficie una tras otra hasta que todo quedó en completo silencio, allí, entre la niebla verdosa que cubría todo el bosque solo quedaron ellos dos. Desde aquel día Jenus abandonó el castillo cada noche para visitarla, solo el mago Infrodes podía imaginar la magnitud del plan que el Rey Jenus se traía entre manos mientras le observaba escabullirse entre los pasillos, él había visto a la sirena reflejada en los ojos y el corazón de su Rey, su alma ennegrecida le había predicho un final inesperado, y después de la muerte sin explicación de los soldados más fieles a Jenus su reinado pendía de un hilo muy fino.
Con la antorcha en la mano, el Rey entraba en el bosque más confiado cada noche que pasaba, las sirenas le respetaban, y el hedor de la naturaleza muerta ya no le resultaba tan insoportable, sabía que allí solo le esperaba el amor de una sirena, y que Calypso debía convertirse en su Reina, el pueblo así debería aceptarlo llegado el momento.
Durante meses su amor se intensificó, sus encuentros duraban hasta el amanecer, Jenus se sentía cada vez más incapaz de separarse de ella, se estiraba a su lado y la observaba nadar, ella le explicaba historias antiguas que hablaban de magia y mares lejanos y él le hablaba de guerra, de batallas y muerte, pero también de victorias. Una de aquellas noches le explicó con orgullo como venció a Jonas, su mayor hazaña hasta el momento, le relató cómo su padre se negaba a entrar en batalla, mientras el le instaba a dejar de esconderse, a dejar de temer a Jonas y a su ejército de Milenos, debía ayudar a los elfos, debía ayudar a preservar la magia en el mundo. Sin embargo su padre jamás cedió, y a espaldas de Jenus había pactado ayudar a los Milenos a cambio de no atacar las tierras de los hombres, dejándoles que usaran sus embarcaderos, facilitándoles un salvo conducto por el paso de la senda de las almas, la única manera posible de rodear el bosque de Gizean, ya que el propio bosque no les dejaría entrar jamás. Así pues, la guerra y la destrucción causada habían debilitado seriamente a los elfos, la ciudad que representaba la grandeza de su gente había caído con pasmosa rapidez, Riello era escombros, y tras más de cien años de batalla sus ruinas blancas se habían teñido con la sangre de incontables elfos y milenos. Calypso había sentido el sufrimiento en el corazón de su Rey, ella le ayudó a entender su redención, el pueblo debía quererle, así debía ser y ellos se lo debían, su entrada en la guerra tras la muerte de su padre había salvado a su pueblo, tarde o temprano Jonas y los saqueadores milenos hubieran invadido Brania y Brímobil. Jenus sonrió y vio en Calypso a la Reina perfecta, sentía que ella lo liberaba de la presión de su reinado, del dolor de sus actos y de la codicia que le había invadido años atrás, creyó que su desgracia había cesado, ella era la suerte que le había faltado.
Pero fue una noche cuando tomó la decisión definitiva. Calypso le había contado que había soñado que visitaba el lejano bosque de Gizean en las tierras de los elfos, que saltando entre sus grandes raíces se perdía en él, y también que veía unicornios y hadas diminutas saltando entre las hojas mojadas del rocío, como contaban las leyendas, y sobre ella había sentido las gotas caer sobre su mano, sin embargo no era agua fresca y transparente como podía pensar, era el líquido negro y siempre la mantenía presa.
Jenus había llegado a la conclusión de que las sirenas debían dejar de ser odiadas, Brania y todas las demás tierras de los hombres debían comprender el sufrimiento de vivir en aquel lugar, en los lagos negros, víctimas de la magia negra a la que Birendorf había dado rienda suelta, antes incluso de tomar a Jonas como su pupilo. Sabía que sería tremendamente difícil que le comprendieran, durante años las sirenas se habían cobrado varias muertes en sus tierras, aparte de los soldados que el propio Jenus había llevado a la muerte por lo que se había entendido como un simple acto de vanidad. Sin embargo el Rey ahora lo entendía como un modo de defensa, y así quería exponerlo.
Creyó que si la convertía en su Reina ella podría ganarse el respecto y comprensión del pueblo, demostraría como eran en realidad, dejaría claro que las sirenas eran capaces de amar, no solo de matar.
Con esa idea, a la mañana siguiente Jenus convocó a Infrodes para que hablaran en privado. El mago se limitó a asentir respetuosamente cuando el Rey sin más preámbulos le confesó que se había enamorado de Calypso, Reina de las sirenas que habitaban en el bosque negro. Pocas cosas sorprendían ya al mago, él que había recorrido el mundo durante más de cien años, sin embargo en aquel instante supo que el rey le estaba confesando aquel secreto por una razón mayor que el simple deshago, sabía que su amor no se quedaría en el lago, y en el momento concreto en que Jenus le confesó que la tomaría como Reina, la fe en sí mismo y en su clan se desmoronó. Infrodes era parte de la raza de los magos, una de las más antiguas que había vivido en el mundo, su clan se caracterizaba por servir siempre a un Rey en tierras elfas, estaban obligados a ello todos sus descendientes, que casualmente siempre eran varones. Como su mago personal la magia debía estar siempre a disposición del rey, pero jamás obviar posible consecuencias de ciertos hechizos, pues no era raro que los que concedían un don muy especial venían ligados a un acontecimiento posterior, normalmente nada bueno. Infrodes ya había callado una vez, quiso pensar que su desesperación para cumplir con su boto le libraría y perdonaría algún día por ello, sin embargo no había hecho más que empezar.
Jenus podría haber soportado con verla en secreto cada noche durante la eternidad que les esperaba a los dos, pensó Infrodes, al menos eso habría ayudado a no encender más la llama que ardía entre los habitantes de Brania, pero Jenus ni se planteaba la posibilidad de mantenerla en el anonimato, e Infrodes sabía que ni una sola palabra suya le haría cambiar de opinión, su amor parecía demasiado perfecto. El Rey posó su mano sobre el hombro del mago y como si de una confidencia se tratara, le pidió que concediera unas piernas de mujer a Calypso, bellas y esbeltas, con todos los demás atributos que debería tener como tal. Infrodes había supuesto lo peor, y aquello podría llegar a serlo. ¿Y si Calypso estaba ligada a la inmortalidad que él había concedido a Jenus? Por primera vez se planteó la posibilidad de que podría haber errado en sus predicciones, tal vez el decaimiento que había consumido a Jenus no había sido más que eso, un desanimo provocado por sus sentimientos humanos. Infrodes miró a su Rey con convicción y le dijo que debía estudiarlo, que quizá no era posible… Pero Jenus no aceptó sus dudas y se negó a escuchar sus explicaciones. Su mirada se volvió desdén hacia el mago, y con enfado se levantó del sillón de sus aposentos donde se encontraban, alzando la voz le inquirió una respuesta, si sabía hacerlo podría quedarse en Brania y servirle para siempre, sentenció Jenus, de lo contrario, si se negaba o alegaba que no era posible realizar el hechizo, sería exiliado y buscaría un mago mejor. Aquellas palabras fueron como mazazos para el mago, sabía que debía negarse o al menos eso habría sido lo correcto, pero también era consciente de que ningún otro mago podría ser capaz de proporcionarle una magia como la suya. Aun con todo ello sintió que debía quedarse, el Rey lo necesitaría mas que nunca después de aquello.
No pasaron muchos días hasta que Infrodes anunció a Jenus que ya estaba todo preparado para el hechizo. El mago se había tomado algunas libertades al respecto y había estudiado el comportamiento del Rey, sin duda había sido hechizado, no por la inmortalidad que él mismo le había otorgado, si no por la sirena, ella había usado un poder que solo las más antiguas poseían, por supuesto guardó silencio hasta estar en el bosque negro, nada más entrar y tenerla ante su presencia vería con más claridad sus intenciones...



lunes, 15 de junio de 2015

Acero y sangre





Nunca tuve en cuenta los peligros que me rodeaban, que me acechaban a cada instante, por mucho que fuesen interminables jamás me paralizó el miedo. Desde mi llegada al mundo supe que mi lucha, esta batalla que me persigue desde siglos atrás, no tendría fin, y de ser así, quizá yo no lo viese llegar nunca. Pero nada importa más que mi lucha, y en este tiempo mi cuerpo ha conseguido salir intacto de todo aquello que he destruido, de toda la sangre derramada. Sobrevivir una y otra vez ha sido un acicate que inunda mi corazón, que me guía, que me impide mirar atrás, librándome del arrepentimiento, no hay marcha atrás.
Combatí durante miles de días y largas noches cerradas a través de las montañas, de este a oeste, de norte a sur a través de mares en tinieblas. Con mis propias manos vencía enemigos por doquier, mientras la lucha, cada vez más atroz, reforzaba mi espíritu y mi poder, esta venganza no dejará de crecer nunca, me repetía a mí mismo, esta ira que me invade seguirá creciendo.
Con estos ojos he contemplado amaneceres resurgir de entre ríos de sangre, he sentido el calor resecando mis labios y mis manos manchadas, mi espíritu agotado, mi alma intacta, entonces creí  que la oscuridad terminaría por ser eterna entre tanta desolación y muerte. Hoy, mis manos siguen reclamando venganza, y no se cansarán nunca. 


Esther. R.B.










jueves, 11 de junio de 2015

El hombre del árbol muerto


El frío le helaba las manos, sin embargo jamás lo haría lo suficiente como para causarle daño alguno, incluso le gustaba, esa sensación de sentirse  tan humano, de creer y sentirse capaz de pasearse entre ellos, andar entre mortales sin sentir el odio que creían tan fervientemente que debían tenerle. Cuando se movía entre ellos lo hacía con sigilo, pero a la vez, adoraba ser visto, ser admirado por los humanos, súbditos e inocentes servidores... Pero aquella noche buscó el silencio y la paz del mundo entre las montañas heladas del norte, que entre bancos de niebla se alzaban altivas y relucientes a la luz de la luna. Anduvo por entre la nieve virgen, hundiendo en ella las piernas hasta la rodilla, sin embargo no le pesaban los pies, se desplazaba como quien empuja el agua del mar para llegar a la playa, con suavidad y firmeza. Se detuvo entonces bajo el viejo árbol de la colina donde parecía terminar la tierra, desde allí abrió los brazos de par en par y contempló el horizonte, proclamando al viento que cuanto allí había era suyo y así seguiría siendo…
  Esther R.B.

El Don del Tiempo

¡Una locura! ¡Una completa locura! Yo, un joven chico inglés siendo arrastrado calle abajo por la multitud que se apiñaba a mí alrededor. Lo reconozco, tenía miedo, mucho miedo si… A lo lejos veía desvanecerse con impotencia mi entrada y a la vez mi escapatoria de aquel lugar horrible, de aquella época de revolución y muerte, de locos con cabezas clavadas en picas, deseaba largarme cuanto antes, ¿pero era capaz de cerrar mis ojos a la historia que tenía ante mis ojos? ¿Ignorar todo aquello?… De pronto la presión del pueblo que corría a través de las viejas y resbaladizas calles cesó un poco, levanté la vista al cielo, hacia una sombra que había sobre mí y que cubría un sol que aquel día de Julio brillaba con fuerza. Contemplé con sorpresa y asombro, literalmente con la boca abierta, la magia que desprendía la Bastilla a mi lado. La gran fortificación había sido construida sobre el año 1400, quizá un poco antes, en la época de Carlos V, luego se había terminado usando como cárcel, una cárcel con historia sin duda, incluso el Marqués de Sade había estado allí recluido en una de sus torres, me hubiera gustado encontrarlo entre la multitud… ¿Dónde estaría en ese instante? – me pregunté- Pero que importaba aquello! quizá en otra oportunidad podría tener el honor de conocerlo, sin embargo en ese instante, la prioridad era escapar, evitar que un flechazo o una bala me cortara el rollo, que desperdicio pensé, yo muerto en otra época, entre cadáveres putrefactos, con esa peste entrando por todos los orificios de mi cuerpo, y si, también temí las enfermedades…¿se podía infectar uno con solo olerlo? Intenté no pensar en ello… en aquel instante como con muchas otras ocasiones eche en falta mi cámara, una fotografía de la bastilla en pleno apogeo, en pleno despertar de la Revolución más famosa de la historia, la revolución que cambiaría un país… aunque a la vez allí estaban los muertos, muchos muertos… la verdad es que mis tripas comenzaron a revolverse con la sola idea de infectarme con toda aquella mugre, de morir en aquella plaza, lejos de mi mundo, de mi familia y amigos, porque si, allí era muy fácil morir y que nadie se diera cuenta o le importara… me pregunté, como era de esperar, la manera de salir de ahí, mis poderes radicaban básicamente en el tacto, en el hecho casi mágico de palpar un objeto, cuadro o figura tallada y transpórtame a voluntad al momento de su fabricación, al instante en la historia en el que ese objeto en particular había sido creado al mundo, primero lo observaba y si lo deseaba podía entrar en él, en esta ocasión había entrado sin duda... Os preguntareis como debía ser beber una taza de café y ver como si fuera una diapositiva en movimiento la cadena de montaje que había creado aquella pieza insulsa y sosa, carente de historia e interés. La verdad, es que solía llevar guantes, quizá algún día podría seleccionar solo el elemento que quisiera, pero estaba claro que aún no…  Así pues pensé y pensé… La entrada por la que había penetrado en aquel mundo había desaparecido por completo de mi vista, al menos 3 callejuelas podrían llevarme hasta allí, pero me encontré de nuevo entre todo el barullo, hasta que fortuitamente un disparó me rozó el brazo, aunque os juro que en aquel instante creí que me había dado de pleno. Me encontré tirado en el suelo, cerca de un par de cadáveres sin cabeza, la imagen fue realmente asquerosa, y lo peor, ¡inolvidable! Vi la sangre, mi mano apoyada en el suelo embarrado y mugriento. Miré a mi alrededor, confuso, cerca, peligrosamente cerca del desmayo, sin salida… ¡Alain! ¡Oí gritar! Era mi nombre, si ¿me llamaban a mí? ¿O quizá a otro desdichado francés como yo envuelto en aquella situación caótica? Bueno, él al menos no tendría más opción, yo como un tonto lo había elegido. De pronto oí mi nombre repetido, ¿una casualidad? ¡No! ¡Era la voz de mi abuelo! ¡Sin duda! Era su voz. De pronto lo reconocí, iba vestido como la gente del pueblo, con su larga barba gris sobre una camisa machada de sangre y ropas sucias, parecía uno más de todos los que allí se agolpaban,  vi cómo se abría paso entre la multitud, aun con setenta años conservaba una buena forma física, sin embargo me levanté y cuando estuvo cerca tomé su mano, luego lo atraje hacia mí y lo abracé, me alegraba tanto de verle, y estaba claro que él de verme a mí.
-       ¡Pero chico! ¡Cómo se te ocurre venir aquí! – me decía mientras me conducía dentro de una casa, donde muchas personas, entre niñas y mujeres, se refugiaban como podían de los disparos y los cuchillos, allí todo valía. - ¡Dios mío! ¡Estas herido! 
-       ¡Abuelo! ¡No sabía dónde estaba! – me disculpaba olvidando la herida, pese a que escocía mucho.- ¿Cómo me has encontrado?
-       ¡El arma! Tocaste el mosquete Charleville, era lógico que te llevase a esta época, fue la más usada en la revolución – Me decía entre los gritos y bullicio lejano, mientras me envolvía un trozo de ropa alrededor de la herida – no es profunda, pero te dejará marca… 
De pronto caí en la cuenta de que mi abuelo conocía el rumbo a seguir casi a la perfección. Cruzamos una calle y otra corriendo a toda prisa, casi me costaba seguirle, no paramos hasta que llegamos a un palacio Parisino casi en ruinas, habría sido bonito antes de todo aquello. Entramos sin perder un solo segundo, mientras en las calles seguía desatada la locura, al parecer y estaba claro que sin darme cuenta había tenido la mala suerte de aparecer en el día en que la bastilla había sido tomada, el momento en el tiempo en que las matanzas acababan de dar comienzo, me situaba pues en el año 1789. De pronto subimos las escaleras del viejo palacio, las habitaciones estaban destrozadas y sin duda había sido saqueado. En el suelo del primer piso encontramos varios cadáveres, mujeres y niños, todo ellos burgueses. En el segundo piso, más de lo mismo,  mi abuelo me instó a seguir, a olvidarme de las tres niñas y de aquella mujer de ojos claros, vacíos y perdidos en la poca luz del sol que penetraba por las ventanas tapiadas con maderas, habrían resistido todo lo posible. Mi abuelo me esperó tras una puerta, y entré aun conmocionado, como si fuese la primera muerte que veía aquel día… sin embargo me afecto más que otras, quizá la sola visión de la madre con sus hijos, de la protección que no había podido darles…  cerró tras de él con una llave. 
-       ¿Cómo es que tienes una llave? – Le pregunté casi con admiración.
Entonces no respondió. Simplemente sacó algo de su bolsillo envuelto es un pañuelo, lo descubrió, sin tocarlo, era una figura de arcilla y entonces recordé cuantas veces la había visto. Me pidió que la tocara, y en cosa de segundos me hallaba en su casa, en la antigua casa familiar. Era el taller de mi abuelo, lo recordaba bien, allí hacia sus manualidades, y sin duda había fabricado aquella figura, la que siempre le devolvía a casa. Por suerte mi abuelo, que acababa de aparecer ante mí, no parecía estar enojado, no solía enfadarse ni tampoco noté reproche en sus palabras, quizá porque él también tenía ese poder, y no querría ni pensar las locuras que habría hecho en su juventud, apenas tenía yo diecisiete años cuando eso sucedió, así que bueno, sería fácil no culparme demasiado por ello.
-       ¿Tendremos que curarte eso no? – me preguntó con cariño, mientras le seguía por la casa. Subimos las escaleras que comunicaban el viejo taller con el resto de la casa.
Llevaba casi tres años sin pisar aquellos suelos, y en aquel instante, mientras le seguía a través de los largos y brillantes pasillos, deseé conocerlo todo de aquel lugar, la historia de su construcción, a mis viejos familiares correteando por allí, ¿de qué año sería…?
-       ¡Ni se te ocurra! – exclamó mi abuelo levantando el dedo, pues había visto a través de las brillantes paredes mi intención de agacharme para tocar el suelo.
-       ¿nunca te ha picado la curiosidad? – le pregunté mientras aun le seguía, ahora más de lejos.
-       ¡por supuesto! Pero hay pensar en las consecuencias chico, ¿Qué harías si aparecieras aquí en medio y de repente junto con tu antigua familia? ¿O con los constructores a punto de terminar…¿ O incluso en época de guerra…?
-       ¿Aquí llegó la guerra?
-       Por supuesto, aquí han pasado muchas cosas, pero ya hablaremos de ello, no es un buen lugar para fijar la vista atrás, como tampoco lo ha sido viajar hasta esa Francia en particular…
-       Ya, es que ese mosquete…
-       ¿Qué te parece si tenemos una larga charla tu y yo? - Dijo pasándome el brazo por el cuello, casi me sacaba tres palmos de alto, y me condujo hasta el baño para curarme la herida, por suerte no era nada, aunque si, a día de hoy la cicatriz me acompaña aun. Un grandísimo recuerdo.
Nuestra conversación se alargó horas. Recordamos con risas y aplausos el día en que descubrí mi poder, mi don como lo llamaba mi abuelo. Lo cierto es que hacía poco más de un año de aquello, pero aun así parecía muchísimo tiempo, quizá porque no le había vuelto a ver desde entonces, ni siquiera era capaz de comprender como me había encontrado, había sido toda una sorpresa, una alegría enorme verle allí, que hubiese llegado justo a tiempo como para rescatarme…eso no tenía precio. Pero a la vez, entre tanta alegría el recuerdo de mi abuela seguía tan presente que era difícil verle sin ella a su lado, era lo natural, al menos lo había sido. En aquel año mi abuelo se había aislado, todo había sido muy repentino, mi reciente y descubierto poder, la muerte repentina de mi abuela… Mi abuelo, al que por cierto aún no he presentado, respondía al nombre de Sir James Norringwood, y si, en efecto le había sido otorgado el honor de ser Sir de la Reina de Inglaterra hacía ya treinta y dos años. Y es que quedaba claro que mi abuelo estaba destinado a ser un famoso historiador, un arqueólogo respetado, un genio en el mundo de la historia, del arte de todos los siglos y épocas conocidas, además había sido profesor y catedrático en la Universidad de Oxford, allí era un estudiante honorifico, respetado y con tantos masters que no debían caber ya en su expediente académico. Me honraba tenerle enfrente y que fuera parte de mi familia. Recuerdo cuando recién había descubierto mi don, le dije convencido de que yo sería como él, que sería un gran historiador y todo lo demás… y entonces entendí la verdad de todo aquello, y es que podías usar ese don correctamente y conseguir ser como él, pero también podías hacerlo y no aprender absolutamente nada… Escuetas y directas palabras cargadas de razón, pues yo a mis 16 y con un año de poder no había aprendido nada, lo cierto es que había habido poco de arte antiguo a mi alcance por aquel entonces. Durante toda aquella conversación me desveló secretos, ideas, me dio multitud de consejos, me explicó que había sido nuestra conexión lo que le había dado la pista de donde me encontraba, había visto el mosquete en su mente casi a la perfección. ¿Entonces era eso? ¿Estábamos conectados? ¿Pero y el mosquete donde estaba?
-        ¡Madre mía, exclamé en ese instante! ¡En la tienda, con mi madre! ¡En una tienda de objetos antiguos! ¡Ahí estaba el mosquete! - Mi abuelo, por parte de madre se había llevado las manos a la cabeza, ella sí que se enfadaría...
-       ¿una tienda de antigüedades? – Vi que mi abuelo fruncía el ceño…
En efecto, antes de aparecer en Paris me hallaba en una tienda de antigüedades, con mi madre, y en aquella tienda vi por primera vez la oportunidad de probar mi poder con algo realmente antiguo, en algo con historia, y quien sabe, con disparos y aventuras, ahora el haber pensado eso me parece un poco absurdo claro, típico de un adolescente descuidado, pero no tarde en darme cuenta de ello. Recuerdo como me llamó la atención aquel mosquete, seguramente fue por la vejez que transmitía, olí a viejo, realmente sentí el olor y en parte me transportó, no literalmente aun, pero me pareció un arma hermosa. Con ella recordé la sensación de tele transportarme de nuevo, sentir como mi cuerpo flotaba, no hacia arriba, si no en todas partes, una sensación de no sentir nada, y de repente, lo ves, como una visión tras un destelló de luz , como mantener la visión fija en una imagen después de haber observado el sol durante algunos minutos, indescriptible. Y quizá fue tan maravilloso porque la primera vez no tienes ni tiempo para flipar, como podría decirse. 
De pronto mi abuelo, en un gesto instintivo, se levantó para coger el teléfono que había en la mesilla, al lado del inmenso sofá donde llevábamos horas hablando sin pausa, y después de darle vueltas a lo que quería decirle a mi madre, levantó el auricular con rapidez, como si la idea se le fuese a ir de la cabeza pronto si no lo hacía ya, se sentía inseguro. Era lógico, llevaban algún tiempo distanciados. Y mientras se disponía a marcar el número de mi madre dándole vueltas a los números del anticuado teléfono, el escandaloso timbre de la puerta de la casa sonó, una vez y otra, sonó estridente por toda la estancia. Tanto mi abuelo como yo nos llevamos un buen susto la verdad, estaba convencido de que mi abuelo no esperaría visitas. Mi abuelo me indicó que correría a abrir la puerta antes de que nos dejaran completamente sordos, me pareció buena idea. Para llegar tuve que atravesar de nuevo el largo pasillo hasta la puerta, donde ahora entraba el sol del atardecer, habían pasado al menos cuatro horas. Cuando me encontré ya cerca la abrí enseguida, vi que mi abuelo ya casi llegaba, y allí encontré a mi madre tras la puerta, con los brazos cruzados y mi mochila del entrenamiento de fútbol, lugar del que me había recogido para ir luego a la tienda, el en suelo, sobre sus pies. 
-       Porque no me sorprende… - dijo con aspecto serio nada más verme, aunque su aspecto se volvió dulce enseguida. – estaba preocupada… ¿lo sabes no? – yo, con vergüenza me limité a asentir, a pedirle perdón con la mirada, entonces me ofreció mi mochila y mi abuelo salió a la puerta, aunque se lo había estado pensando unos minutos. 
-       ¡Annabelle, hija! ¡Cuánto tiempo! –exclamó mi abuelo más nervioso de lo habitual, sin duda temía que mi madre le reprochara lo de siempre, lo sincero que había sido en respecto a mi padre, la larga temporada que había pasado en soledad y casi desaparecido tras la muerte de mi abuela, ella también había sufrido le dijo la última vez que hablaron por teléfono, que no solo él sufría y que debían compartirlo. 
-       ¿Cuánto hace que no te afeitas? – le preguntó ella. Mi abuelo casi no pudo ni contestar, le sonrió con cariño y se palpó la barba como asintiendo, entonces la invitó a entrar sin más. 
-       Mucho… – contestó al fin.
-       ¿Cómo sabias que estaba aquí? ¿eh, mama? – pregunté de repente, acaba de caer en la cuenta, sin embargo mi abuelo no se sentía confuso por eso, es más, cuando me miró levantó sus espesas las cejas grises y despeinadas. - ¿abuelo?
-       Tengo que hablar un rato con él, dejaré que escuches si te estas callado. – dijo mi madre con mucha calma.
-       Así es, charlaremos un rato. -  mi abuelo asintió, parecía más relajado.
Entonces se dirigieron hacía el gran sofá en el que habíamos estado hablando con mi abuelo, la verdad es que ya me encontraba bastante cansado tras la conversación, además hay que pensar que nada más salir del instituto mi madre me había insistido en que la acompañase a la tienda de antigüedades, me había parecido raro pero no solía decirle que no a estar con ella un rato. Mi padre había desaparecido para decirlo de alguna manera, haría ya algunos años, al final todo había jugado en su contra, su carácter, su prepotencia, su frustración con todo cuanto le rodeaba, lo cierto es que ni se hablaba con su familia, ni padres ni hermanos, y por ello nosotros teníamos muy poca relación, casi nula. Así quería que fuese con mis abuelos. Y durante un tiempo casi lo consiguió. 
Nada más tomar asiento ni madre comenzó a relatar lo sucedido en la tienda de antigüedades, yo escuchaba con atención y temiendo lo que mi abuelo pudiera contarle respecto a nuestro secreto, como él me había dicho varias veces. Poco tardaría en descubrir que era más que un secreto a voces.
-        Sucedió casi en un segundo, cuando me volví ya no estaba, sólo la mochila y el mosquete en el suelo, estaba claro, y temí donde podría haber ido... – dijo mientras se ponía cómoda sobre el sofá.
-       ¿Entonces no te sorprendió? – dije sin poderme refrenar.
-       Shh... Calla y escucha, chico. – me dijo mi abuelo - ¿Supiste dónde había ido? 
-       Bueno... Sabía de qué época era el mosquete si te refieres a eso, y si lo imagine... – le contesto algo insegura con su respuesta, como si supiese que no era la que mi abuelo esperaba escuchar, parecía una excusa, ¿pero de qué? En ese instante estaba flipando, sí.
-       Así qué solo lo imaginaste...- pareció confirmar mi abuelo.
-       Puede que no sea tan buena como tú...
-       Eso es porque no prácticas, desde hace mucho seguro. – dijo mi abuelo como si riñera  a una niña.
-       Ya veo que tú lo haces mucho... Viste el mosquete, lo supe e imagine que te encargarías... – corrió a decir mi madre, simplificando la historia.
-       Me alegra que confiaras en mí, y así ha sido, en plena revolución y está vivo – exclamo levantando mi brazo en signo de victoria. Yo me reí, aunque lo había pasado bastante mal la verdad...
-       ¡No haga eso papa! – exclamo para sorpresa de todos, levantándose del sofá para bajar mi brazo de la victoria – te lo tomas como un juego, pero joder ha estado en la Revolución Francesa! Podrían haberlo matado...
-       Casi! – exclame, enseñando el brazo, para desaprobación de abuelo, que se llevó las manos a la frente y la frito un largo rato.
-       Bueno, ¿Qué viste? – me pregunto con atención mi madre, yo conteste complacido, tenía ganas de contárselo a todo el mundo. 
-       Pues... Pues... – casi me costó hablar de las ganas de sacarlo – primero aparecí en un taller de armas, justo en frente de un mosquete igual, pero reluciente, casi acabado de hacer...
-       El mismo que tocarse en la tienda... – intervino mi madre.
-       Si lo sé, el abuelo me lo contado, tiene lógica no?
-       Veo que habéis hablando mucho... – insinuó ella, luego me pidió que prosiguiera.
-       Y entonces, empecé a oír todo el ruido, tardo algunos segundos en llegarme del todo, pero no pude evitar salir a echar una ojeada, quiero decir... ¿Para ver un poco no? – no me respondieron – bueno... Pues ahí fue cuando un montón de gente me arrastro calle abajo, estaba metido del todo en la avalancha humana, era horrible! Casi me costaba respirar... ¡Y luego vi la bastilla, que pena no haber llevado una cámara para inmortalizarla! 
-       Ah! Pero eso no se te ocurra nunca! – volvió a advertirme mi madre. – eres joven, no eres aun consciente de todo lo que puede suceder, puedes ocasionar cambios que pueden repercutir en el futuro…
-       ¡Ese está muy visto! – exclamé
-       No es el peor… – intervino mu abuelo con más seriedad – También puedes perderte, por supuesto también puedes morir, eso lo tienes claro, y también puedes llegar en un día equivocado, en un lugar en guerra…o en plena caza de brujas… - Explico dirigiendo una última mirada a mi madre, lo entendí enseguida.
-       Sí, mi primera vez fue terrible, creí que no regresaría… 
-       ¡En plena caza de brujas!  - exclame
-       Si, en Escocia, sobre el año 1612, un simple farol me llevó directa a una quema de tres supuestas brujas en un campo, todos los allí presentes me vieron aparecer, recuerdo sus caras de asombro, - lo recordaba con amargura - entonces vi como alguien a mi lado sostenía el farol, había sido usado para encender las hogueras… fabricado seguramente ese mismo día. - mi madre hizo una pausa. – El Rey Jacobo I, quien reinaba en aquellos años y sus súbditos me tomaron por bruja, supongo que era de esperar, mi aparición fue toda una sorpresa. Algunos se marcharon espantados porque pensaban que liberaría a las chicas, que habían sido como no, injustamente condenadas. 
-       Que pasó luego? – pregunté.
-       Me apresaron… – Respondió mi madre, mientras entre ella y mi abuelo cruzaban miradas cómplices – Me torturaron, pensaban que era la jefa de todas ellas, pensaban que era algo peor que una bruja. La verdad es que no tengo un buen recuerdo de aquella vez…
-       La única vez… . -añadió mi abuelo – desde entonces no quiso volver a intentarlo, ¿me equivoco?
-       No, no te equivocas, y no pienso hacerlo, no volveré a intentarlo
-       ¿Y si vas a un lugar más seguro? – le comenté.
-       Alain… - me advirtió – aun me cuesta pensar que tú te estas volviendo como él – Dijo señalando a su padre. – Si supieras las locuras que ha hecho, los lugares donde ha estado…
-       Y las cosas increíbles que he visto Annabelle, no olvides eso, he paseado días enteros por la jungla, he vivido en playas rodeado de cavernícolas, he llegado a conocer a Tutankamon, al mismísimo Davinci, a Miguel Ángelo, a Shakespeare, a…
-       Ya está bien padre… - le cortó mi madre. Y entonces me miraron los dos, estoy seguro de que mis ojos debían de estar brillando por todo lo que mi abuelo había visto, por todas las locuras que había llevado a cabo, y aun con todo ello seguía allí, y nunca se había perdido, quizá en muchas más ocasiones de las que nos podíamos imaginar habría estado seguramente cerca de la muerte o de algún gran peligro. ¿habría estado en la época de los dinosaurios? ¡Seguro! 
-       Se está haciendo de noche… – comentó mi padre.
-       Sera mejor que nos vayamos, tenemos más de una hora de camino hasta casa – apunto mi madre poniéndose en pie.
-       ¿no queréis cenar entonces? – se apresuró a preguntar mi abuelo.
-       Mejor que no…papá.
-       ¡Porque no! – exclamé.
-       Porque es tarde y mañana tienes instituto…
-       Sigues enfadada… – apuntó mi abuelo mientras mi madre se iba alejando, yo la seguía aunque desganado. Me habría gustado compartir más rato con él aquel día.
-       No es eso… de verdad. Tengo mucho que hacer en casa, los platos se amontonan y tu ropa del entrenamiento apesta, pero gracias, de verdad. – mi abuelo asintió, no se lo tomó a mal.
-       ¡Vaya!¡Pero no tanto como las calles de parís en la Revolución! Seguro… – dije riendo. Mi abuelo también se rio, pero mi madre, se limitó a mover la cabeza en gesto de resignación, y esbozó una ligera sonrisa.
Enseguida nos encontramos en la puerta, allí tardaron un rato en despedirse.
-       Si estás sola es normal que tengas tantas cosas que hacer…llevar una casa siempre es duro…
-       No empieces, ¿quieres que te diga que al final acertaste? ¿Qué John era un imbécil y que me acabaría dejando sola y pobre? – Recuerdo que no usó tonó de reproche ni hubo rencor en sus palabras, pareció que más bien se desahogaba. 
Nunca había oído a mi madre hablar tan claro de John, que por cierto, así me referiré a él en esta historia. Mi abuelo se limitó a asentir, cuantas veces le habría advertido, pero a la vez no había mucho que pudiese hacer, casi convenció sabía que el tiempo le daría la razón, John nunca iba a cambiar, las personas como él no cambian, se estancan y finalmente huyen.  Finalmente nos despedimos, y mientras me alejaba y mi abuelo decía adiós con la mano, admiré la gran casa familiar donde habían vivido desde su construcción gran parte de la familia de mi abuela, unos aristócratas franceses que deseaban quedarse en aquel paraíso inglés, rodeado de grandes campos verdes, bosques espesos de frondosos árboles, diferentes especies mezcladas que llenaban de color todo el campo. Subimos al coche de mi madre, viejo y destartalado, pero seguía siendo un mini. Cuando me subí ya me había puesto los guantes, no me apetecía para nada ver otra fábrica de montaje, no me resultaba nada interesante, además sabía que era de los años 60 más o menos, una época poco interesante desde mi punto de vista…El camino se hizo más largo de lo habitual, mi madre estaba callada, perdida entre sus pensamientos, ¿pero que podía estar pasando por su cabeza? Había muchas cosas en las que podría está pensando en aquel momento. Quizá en John, en que se había ido de repente, solía hacerlo, pero en aquello ocasión no había vuelto, habían pasado un par de años, quizá sabe… También podría estar dándole vueltas a nuestro poder, al que ahora resultaba que compartíamos, cuantas veces desee hablar de ello con mi madre, pero mi abuelo había insistido mucho en el tema, quizá porque por lo que parecía ella rehusaba utilizarlo, su primera experiencia había sido decepcionante, de eso no cabía duda. Pero mi primera vez no había estado nada mal, por supuesto desconocía como regresar al lugar de partida, y como no, había sido mi abuelo quien me había ido a buscar… Por supuesto en aquella ocasión él había estado a mi lado por lo que me había quedado más sorprendido por el hecho de encontrarme en otro sitio que por que él hubiese aparecido a mi lado. La verdad es que parecía que había tenido más suerte que mi madre, pues yo había aparecido en un lugar desolado. Había sido en la última ocasión que había compartido unos días con mis abuelos en la casa. Como respetado arqueólogo e historiador era lógico que su casa estuviera llena de recuerdos y tesoros, pero me pregunté hasta donde habría llegado para conseguir todo aquello, quizá mi abuelo era un ladrón de tumbas, quien sabía, pero estaba claro que todo lo que poseía no era encontrado en tiempo actual.
-       ¿Quieres ser como tu abuelo? ¿quieres hacer lo que hace él? – me preguntó mi madre de sopetón, sin duda estaba pensando en el tema de nuestro don.
-       Bueno, me gustaría ser historiador si te refieres a eso, quizá ser profesor de universidad, no? Tú estudiaste en una buena universidad, yo también podría…
-       Sí, todo se puede pensar… -  dijo aunque no muy convencida - aun te queda un año de instituto. 
-       Que mal que tu primera vez fuera una mierda, bueno, ya me entiendes… 
-       Si, fue una completa mierda, pero podría haber sido peor, tu abuelo podría no haber llegado a tiempo, ni siquiera conocía el truco de la figura, pero él, tu abuelo tiene miles, ¿sabes lo que significa eso?
-       Pues que ha viajado mucho, no? 
-       Si, cada vez que emprende un viaje talla una de esas figuras, así le devuelven al lugar que estaba al comienzo. Tiene guardados figuras muy antiguas… 
-       Y si ahora las tocase yo, cualquiera de ellas, ¿me llevarían a algún lugar? – no respondió de inmediato, pareció que meditaba la respuesta.
-       Quizá, quien sabe, depende del día que fue tallada, solía grabar la fecha… - Aquello me lleno la cabeza de ideas, supuestas ideas, dolorosas suposiciones, ¿las habría usado para huir hacía tiempo? ¿y a dónde? – Intenta no pensar en ello hijo, eres joven, puedes descubrir mucho si, aprender, pero también puedes crearte enemigos, personas que te tacharan de mentiroso, de un simple saqueador de tumbas. Si quieres saber la verdad, tendrás que hacerte la idea de que muchos otros están equivocados, pero aun así no te darán la razón. 
-       ¿Al abuelo le paso algo así no? Algo me contó la abuela una vez…
-       Bueno, armó revuelo muchas veces, la mayoría las tachaba de teorías, pero en una ocasión se puso firme, y como no se armó una buena. – entonces noté que iba a contármelo - Tu abuelo ha había sido nombrado Sir haría entonces unos diez años, entonces comenzó a escribir su teoría sobre los incas y la construcción del machupichu, por supuesto era más que una teoría, era lo que él había visto y estudiado durante largo tiempo que paso entre la tribu, cuando terminó sus escritos eran realmente asombrosos. 
-       ¿podrían haber sabido la verdad y no quisieron oírla?  - pregunté extrañado, pese a que ahora entendería la idea sin dudarlo. 
-       Quizá la verdad era demasiado distinto a lo que los demás expertos esperaban… 
-       No fue construido por los incas?
-       NO, si fue usado como santuario, ni como fortaleza como algún que otro dijo, solo era un pueblo creado por mujeres venidas de muy lejos, hartas del dominio que el hombre ejercía sobre ellas. Crearon un lugar donde vivir, donde rezara a sus dioses, donde prosperar.
-       ¿Cómo puede prosperar un pueblo sin hombres? 
-       Quizá fue por eso que con el tiempo quedó en ruinas, lo cierto es que tu abuelo no alcanzó a poder ver el fin de aquel pueblo, nunca encontró nada perteneciente a su época final, y aunque vivió entre ellas no fue el tiempo suficiente, solo aprendió. En una ocasión le realizaron un reportaje por eso.
-       ¡lo recuerdo! - Exclamé, y entonces recordé la ilusión que me había hecho verle en la portada de una revista, aunque fuese de las referidas a temas poco serios, o a teorías que se apartaban de las habituales. – me acuerdo de que iba el reportaje, supo enumerar para que servían todas las construcciones, y dejó varios mitos tirados por los suelos.
-       Así fue… pero esa solo es una muestra de lo que puedes encontrarte, de lo que puedes esperar, si realmente quieres ser como él…
-       ¿entonces no te cabrea? 
-       Es tu elección, yo decidí que no quería seguir con aquello, lo recuerdo y… a veces pienso en ello…
-       ¡pues prueba otra vez! – le dije emocionado, pensando que quizá podrías compartir aquello, pero su media sonrisa me lo dejó bien claro, luego respetuosamente me dijo que no, pero que respetaría mi decisión.
-       Es tu don, úsalo, pero hazlo bien.
Esa fue la primera vez que compartí todas aquellas revelaciones con mi madre, y durante largo tiempo después no dejé de contarle todo cuando iba sucediendo, los lugares que visitaba, pero no solo, siempre junto a mi abuelo, así lo decidimos, algún día podría ir solo, pero hasta entonces mi abuelo sería mi compañero de viaje. Por supuesto yo no podía estar más encantado, vimos tantas cosas, lugar que se habían perdido en la memoria, ruinas que ya ni siquiera existían pero que habíamos conseguido contemplar casi por casualidad.
Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño, le di vueltas y vueltas, me estremecía y mi vello de erizaba al pensar en todo lo que podría llegar a ver, descubrir, el conocimiento está a mi alcance, y quizá también la clave de todo cuanto nos rodea daba ahora.