Cuando
penetraron en el interior del bosque Infrodes no pudo evitar hacer
una mueca de disgusto, aquello no podía ser magia. El olor era
parecido al moho, a su alrededor todo estaba podrido, las hojas
parecían algas negras y los bichos correteaban por el suelo, la luz
que allí entraba era ínfima, solo las antorchas les permitían ver
las grandes raíces que entorpecían el camino. Pero entre todo
aquello lo que más le llamó la atención fue la expresión de su
Rey, parecía completamente ajeno al hedor de aquel lugar, a la
visión de la muerte, solo pensaba en ella y sonreía.
El
gran lago volvía a brillar con tonos verdes, Calypso se hallaba
flotando en el agua, charlando animadamente con otras decenas de
sirenas. Infrodes como mago jamás podría caer en las redes de
ninguna de aquellas mujeres del agua, en ese aspecto se sintió
tranquilo, solo buscaba el rostro de Calypso, debía escrutarlo,
entender aquel despropósito. Jenus se había agachado a su lado y la
había tomado de la mano para besársela, las demás ya habían
desaparecido por completo. Entonces el mago pensó que debía
acercarse, la sirena se encontraba de espaldas a él, mientras iba
rodeando el rio observó cómo su cabello negro se encontraba mojado
y pegado a la espalda, poco a poco pudo observar su perfil, fino y
equilibrado, entonces por fin sus miradas se encontraron. No negó
que la belleza de la sirena era espectacular, sin embargo no le
pareció que su mirada o expresión reflejara dulzura alguna ni
tampoco le pareció necesitada de ayuda.
Jenus
la tomó de la mano, le explicó que Infrodes, el gran mago venido
del mundo de los elfos la salvaría de aquel tormento eterno, la
liberaría de las aguas y la llevaría con él al castillo, allí
reinarían hasta el fin de los tiempos. Pero Calypso pareció que
recelaba del mago, su última experiencia con Birendorf había sido
terrible, Jenus lo comprendía, sin embargo sus palabras de aliento
la consolaron, y lo cierto era q no podía negarse a sí misma que
ella también formaba parte de la magia, su inmortalidad y la de
todas las sirenas lo demostraba. Tras observarla Infrodes no lo dudo
un segundo, aquella sirena sería la perdición de su Rey.
Por
parte de Jenus no había tiempo que perder, el Rey se echó a un lado
indicándole de esta manera a su mago que podía proceder. A su
alrededor las demás sirenas habían empezado a agolparse curiosas
por la magia del mago, habría más de quinientas. Infrodes miró por
ultima vez a Calypso antes de cerrar los ojos y comenzar con el
hechizo. El mago se frotó las manos durante unos segundos, pareció
que recitaba algo en voz muy baja, después se detuvo un instante y
abrió las manos, de sus palmas surgió una luz que llenó el bosque
negro, por primera vez en siglos los arboles quedaron expuestos ante
aquella explosión de magia blanca, la misma que unida a la magia
negra y a un gran poder había convertido aquel lugar en un bosque
putrefacto. Durante unos segundos el color negro había adquirido
tonos verdes y liliáceos, había luz más allá de donde nunca se
veía nada, y la vieja cabaña de Birendorf pareció iluminarse para
luego en cuestión de segundos, volver a la oscuridad, el hechizo
había concluido.
Entonces
Jenus alargó el brazo y sobre su mano se posó la de Calypso, ella
lentamente fue emergiendo de entre las aguas negras que la habían
visto crecer. Las algas y demás restos del líquido espeso
resbalaron por su cuerpo desnudo, hasta caer sobre sus pies. Ella se
sorprendió con la visión de sus largas y esbeltas piernas, y
mientras movía los dedos de los pies ilusionada con su nuevo
aspecto, Jenus corrió a cubrirla con una manta negra y azul con el
escudo de Brania cosido en él, desde entonces aquellos serían los
colores que la vestirían y los de la ciudad sobre la que reinaría
con fiereza.
Juntos
cabalgaron dejando atrás el bosque donde había nacido, y ante ella
vio emerger con orgullo el castillo que seria su hogar.
No
había sido una sorpresa para el Rey Jenus observar los rostros
contraídos y decepcionados de sus súbditos ante la elección de su
rey, todos veían claramente que era una sirena, su piel de un tono
verdoso pero a la vez pálida, su melena negra, aun humedecida, y su
poderosa belleza oscura, sin embargo sus piernas no tenían lógica,,
por lo que el nombre de Infrodes no tardó en rondar por las calles
de Brania. Los rumores hablaban de que El Rey se había entregado a
la magia negra como los elfos y que pronto las criaturas de Birendorf
invadirán los hogares y matarían a todos los hombres y niños.
Tras
su polémica boda, Jenus eligio a unos guardias especiales para la
Reina, hombres que la protegerían del pueblo y le asegurarían
protección, el ejército negro estaría a las órdenes de su reina y
darían la vida por ella.
Como había sido de
esperar, las exigencias de su orgullosa reina no habían hecho más
que comenzar. Con su poder oscuro y destructor de toda naturaleza
infecto las aguas más próximas a su castillo. Creo lagos
subterráneos para que sus hermanas pudieran llegar hasta ella. En
meses el agua potable en Brania casi había desaparecido, así la
reina tuvo la idea de cambiar agua por comida y regalos, para ella y
para sus hermanas. Jenus había dejado de existir, encerrado en su
habitación decían que la reina lo había hechizado, y que su mente
ahora ausente ya no podría recuperarse. Calypso poseía un poder
absoluto y un ejército que la defendería hasta la muerte. Con los
años el sol dejo de lucir en Brania, siempre parecía invierno y la
naturaleza ya no tenía lugar allí, el bosque oscuro había abierto
sus alas y ahora todas las tierras de los hombres sucumbían a la
degradación.
Mientras
el pueblo moría de hambre y sucumbía a la pobreza, la reina se
aburría en su alcoba, fumando su pipa y admirando el paraíso
horrendo que tanto amaba, había deseado de pronto engendrar un hijo,
un principie de las tinieblas que la acompañara y comprendiera, ya
que Jenus, postrado en una silla, atrapado en un cuerpo que ya no
podía sentir ni expresar nada, envejecía, se deterioraba pese a su
inmortalidad. De nuevo infrodes fue requerido. Su condición de
sirena no le permitía tener un hijo, pero sabía que la magia podría
cambiar aquel hecho.
Infrodes
paso largas noches en su alcoba, dubitativo y nervioso, finalmente
decidió hablar con el Rey visitándolo en su alcoba, donde
permanecía postrado en un silla, solo y encerrado.
El
mago sabia que debía ir con cuidado ya que los hombres al servicio
de la reina nunca descansaban de su tarea. Con pasos seguros para no
levantar sospechas, utilizo su magia para abrir la puerta que la
reina siempre mantenía cerrada con llave. Con solo un dedo rozo la
cerradura, que cedió sin apenas hacer ruido. La habitación se
encontraba a oscuras, y al ver la silueta de Jenus en la silla, junto
a una ventana por la que casi no entraba luz sintió que su fe en él
mismo había desaparecido. Él había sido el único causante de todo
aquel mal que ahora asolaba Brania, él había asistido a la caída
del Rey que había dado muerte a Jonas y había liberado las tierras
de los humanos y también las elficas. No había podido tener peor
destino. Acercándose lentamente a él, posó su mano sobre el hombro
de un Rey que vislumbraba el horror desde su ventana, donde Calypso
contemplaba belleza oscura, él no veía mas que tierras negras y
arboles muertos, el día ya no existía en Brania, las noches eran
cerradas y los días oscuros y lluviosos, la luz nunca penetraba unas
nubes tan densas.
- Señor, mi rey. – dijo Infrodes. - Mi mal ya no puede ser enmendado, usted deseó la inmortalidad y yo... fui incapaz de comportarme como el mago que debía haber sido. Sabiendo el mal que estaba haciendole al ceder a su petición sin miramientos y por ello seré condenado..
Jenus
interrumpió a infrodes levantando la mano hacia su oscura ciudad.
- Yo, solo yo mago... orgullo maldito... - Dijo con dificultad, inculpándose de todo cuanto había sufrido su tierra.
- Debemos hacer algo señor... El mal no ha hecho mas que empezar... - Entonces infrodes bajo la voz y le relató la petición que Calypso acaba de hacerle. - La reina desea que le proporcione un heredero como ella.
Los
ojos de Jenus se abrieron de par en par imaginando un mundo eterno
como el que tenia delante, un mundo en el que la luz no resurgiría
de la oscuridad, y en su corazón, deseo que Kalino oyera sus
plegarias, deseo que los elfos hubieran olvidado sus ofensas de
antaño y vinieran al rescate de unas tierras muertas sin
posibilidades de sanar.
- Señor, me negaré a ello, no crearé un imperio de maldad a sabiendas...
De
pronto la puerta se cerró tras de él. La escasa luz que allí había
dejó entrever una larga figura femenina, vestida con escasa ropa
como solía. Calypso acababa de entrar, e Infrodes deseó que sus
palabras no hubiera sido oídas.
- ¿porque pierdes el tiempo con él? - Le inquirió con voz grave - ¿es que has olvidado a quien debes lealtad?.
- No señora, no lo he hecho.
- ¿has pensado en lo que te dije? ¿Lo tienes todo preparado ya? - le preguntó mientras andaba por las estancia revolviendolo todo.
- Estoy trabajado en ello...
- ¡Mentira! - gritó acercándose a él y agarrándolo por el cuello – Le hiciste inmortal de la noche a la mañana, me diste piernas con la misma facilidad, ¿porque no me das ya a un hijo? - exclamó furiosa
- No es tan sencillo mi señora, usted no posee los órganos necesarios... - Calypso pareció fulminarle con la mirada – Jenus no me pidió tal cosa...
- ¡Estúpido mago! Es implícito en una mujer poseer ese don... pero claro... - dijo acercándose mas a él - que va a saber un mago de las mujeres, los magos solo engendran magos, usan sus poderes para atraer a una mujer y luego hacen que olvide, que olvide a su hijo, vuestra naturaleza no es peor que la mía...
- No señora, no lo es...
- Mañana me darás un hijo, me da igual como lo hagas, de lo contrario iré a Gizean o a Mirambel, recorreré las tierras de los elfos en busca de uno que pueda hacerlo, y por supuesto, tu tendrás que desaparecer.
Calypso
se marcho de la habitación sin ni siquiera posar sus ojos en Jenus
un instante. Infrodes sabia que su afán por ser madre y reinar hasta
el fin de los tiempos jamas cesaría, si no lo hacia él otro lo
llevaría a cabo y quizá fuese aun peor que él mismo. Así pues se
lo comunicó a Jenus antes de marcharse de la habitación. El Rey
cerró los ojos y dejó que su pena le consumiera, dejó que su
inmortalidad se pareciera cada día menos a lo que había soñado una
vez que era vivir para siempre.
Calypso
descendió las escaleras del gran castillo negro que llevaban al
patio interior. Iba ataviada con una larga túnica negra, sobre un
vestido azul oscuro corto y pegado al cuerpo. Su melena negro
azabache se movía al son del viento húmedo que soplaba en brania.
Todos sus guardias y soldados se hallaban presentes. Se detuvo ante
el viejo estanque donde una vez había reinado la felicidad y la
vida, ahora sin embargo era negro y en ella vivían miles de sirenas
conectadas con los demás lagos que infectaban la tierra. Infrodes ya
estaba allí, y se situó frente al lago, delante de Calipso. El mago
cerró los ojos con fuerza y los abrió para mirar al cielo, llovía
y así seguiría siendo... levantó los brazos y creó una luz tenue
que se convirtió de pronto en un destelló azul que dirigió hacia
el estanque, donde desapareció. Calipso se puso nerviosa y se acercó
al estanque con enfado y antes de poder preguntar por su bebe, un
grupo de sirenas emergieron a la superficie con un bebe entre sus
brazos. Ella alargó los brazos y brotan de sus ojos unas lagrimas
negras. Alanur lo llamaron, y durante días el castillo celebró su
inusual llegada.
Habían
pasado casi 100 años y Brania seguía sumida en el mundo oscuro y
fétido que la Reina Calypso les proporcionaba. Alanur había crecido
en la inmortalidad, y como sucedía con las sirenas había llegado a
la madurez con veinticinco años, ya no envejecería mas. Sus rasgos
eran casi iguales que los de su madre. Calipso jamas le pregunto al
mago como había conseguido tal milagro, sin embargo Infrodes había
sido recompensado por ello, la Reina se había sentido tan feliz que
le había regalado una enorme alcoba para él solo, y todo el
material que le fuera necesario, le habia llenado de regalos y el
mago se había sumido en un estado de arrepentimiento que le mantenía
todo el día al lado de su Rey mientras la reina no le requiera de
nuevo. Pero como era de esperar no pasó mucho tiempo hasta que la
reina lo solicitó de nuevo.
- Mi hijo se aburre, no se si lo has notado... - le insinuó desde su trono, con una de sus pipas en la mano y un vestido tan corto que no dejaba mucho a la imaginación.
- Es bien conocido su afán por tirar piedras al estanque si.
- La verdad me preocupa mas su interés por una amiga en particular. - dijo entre dientes.
- Mi reina, no creo que debiera preocuparse demasiado... no podría... ya me entiende, suceder nada entre ellos...
- Prefiero prevenir mago, solo faltaría que me pidiera unas piernas para alguna de esas entrometidas...
- ¿que desea que hago yo al respecto?
- Tu le instruirás en la magia. Se que los magos estáis casi obligados para decirlo de alguna manera a divulgar o enseñar a alguien una vez en la vida. ¿me equivoco?
- No mi Reina, sin embargo solo puede transmitirse a un hijo de sangre.
- Por eso, querido Infrodes, voy a aliviar tu pena regalándote la posibilidad de hacerlo, ya que me siento de alguna manera responsable de tu... incapacidad para procrear... te he tenido tan ocupado... ese será mi regalo por todo cuanto has hecho por mi... conviertelo en un mago poderoso y tendrás cuanto quieras...
Sin
embargo no cabía duda que mas que un regalo era una maldición,
otras manera mas de alejarle de Jenus. Para infrodes aquello era una
aberración, y cuando Alanur se presentó an la sala, observándole
con desdén tras sus ojos negros supo que todo aun podía empeorar
mas.
Alanur
era listo e inteligente, a la vez que engreído y odioso. Casi habían
pasado tres años y su rápido aprendizaje asustaba al mago, incluso
sin ser aplicado y en ocasiones perezoso aprendía con gran destreza.
Con el tiempo su afán por el conocimiento de la magia crecían sin
que Infrodes pudiera controlarlo. Había echado la biblioteca por los
suelos buscando un poder que el mago se negaba a enseñarle, deseaba
conocer lo que se escondía tras la magia negra, y finalmente dominar
las dos magias de una manera absoluta y sin igual, algo que le haría
digno de poseer su mas ansiado objeto, la espada de Birendorf.