jueves, 11 de junio de 2015

El Don del Tiempo

¡Una locura! ¡Una completa locura! Yo, un joven chico inglés siendo arrastrado calle abajo por la multitud que se apiñaba a mí alrededor. Lo reconozco, tenía miedo, mucho miedo si… A lo lejos veía desvanecerse con impotencia mi entrada y a la vez mi escapatoria de aquel lugar horrible, de aquella época de revolución y muerte, de locos con cabezas clavadas en picas, deseaba largarme cuanto antes, ¿pero era capaz de cerrar mis ojos a la historia que tenía ante mis ojos? ¿Ignorar todo aquello?… De pronto la presión del pueblo que corría a través de las viejas y resbaladizas calles cesó un poco, levanté la vista al cielo, hacia una sombra que había sobre mí y que cubría un sol que aquel día de Julio brillaba con fuerza. Contemplé con sorpresa y asombro, literalmente con la boca abierta, la magia que desprendía la Bastilla a mi lado. La gran fortificación había sido construida sobre el año 1400, quizá un poco antes, en la época de Carlos V, luego se había terminado usando como cárcel, una cárcel con historia sin duda, incluso el Marqués de Sade había estado allí recluido en una de sus torres, me hubiera gustado encontrarlo entre la multitud… ¿Dónde estaría en ese instante? – me pregunté- Pero que importaba aquello! quizá en otra oportunidad podría tener el honor de conocerlo, sin embargo en ese instante, la prioridad era escapar, evitar que un flechazo o una bala me cortara el rollo, que desperdicio pensé, yo muerto en otra época, entre cadáveres putrefactos, con esa peste entrando por todos los orificios de mi cuerpo, y si, también temí las enfermedades…¿se podía infectar uno con solo olerlo? Intenté no pensar en ello… en aquel instante como con muchas otras ocasiones eche en falta mi cámara, una fotografía de la bastilla en pleno apogeo, en pleno despertar de la Revolución más famosa de la historia, la revolución que cambiaría un país… aunque a la vez allí estaban los muertos, muchos muertos… la verdad es que mis tripas comenzaron a revolverse con la sola idea de infectarme con toda aquella mugre, de morir en aquella plaza, lejos de mi mundo, de mi familia y amigos, porque si, allí era muy fácil morir y que nadie se diera cuenta o le importara… me pregunté, como era de esperar, la manera de salir de ahí, mis poderes radicaban básicamente en el tacto, en el hecho casi mágico de palpar un objeto, cuadro o figura tallada y transpórtame a voluntad al momento de su fabricación, al instante en la historia en el que ese objeto en particular había sido creado al mundo, primero lo observaba y si lo deseaba podía entrar en él, en esta ocasión había entrado sin duda... Os preguntareis como debía ser beber una taza de café y ver como si fuera una diapositiva en movimiento la cadena de montaje que había creado aquella pieza insulsa y sosa, carente de historia e interés. La verdad, es que solía llevar guantes, quizá algún día podría seleccionar solo el elemento que quisiera, pero estaba claro que aún no…  Así pues pensé y pensé… La entrada por la que había penetrado en aquel mundo había desaparecido por completo de mi vista, al menos 3 callejuelas podrían llevarme hasta allí, pero me encontré de nuevo entre todo el barullo, hasta que fortuitamente un disparó me rozó el brazo, aunque os juro que en aquel instante creí que me había dado de pleno. Me encontré tirado en el suelo, cerca de un par de cadáveres sin cabeza, la imagen fue realmente asquerosa, y lo peor, ¡inolvidable! Vi la sangre, mi mano apoyada en el suelo embarrado y mugriento. Miré a mi alrededor, confuso, cerca, peligrosamente cerca del desmayo, sin salida… ¡Alain! ¡Oí gritar! Era mi nombre, si ¿me llamaban a mí? ¿O quizá a otro desdichado francés como yo envuelto en aquella situación caótica? Bueno, él al menos no tendría más opción, yo como un tonto lo había elegido. De pronto oí mi nombre repetido, ¿una casualidad? ¡No! ¡Era la voz de mi abuelo! ¡Sin duda! Era su voz. De pronto lo reconocí, iba vestido como la gente del pueblo, con su larga barba gris sobre una camisa machada de sangre y ropas sucias, parecía uno más de todos los que allí se agolpaban,  vi cómo se abría paso entre la multitud, aun con setenta años conservaba una buena forma física, sin embargo me levanté y cuando estuvo cerca tomé su mano, luego lo atraje hacia mí y lo abracé, me alegraba tanto de verle, y estaba claro que él de verme a mí.
-       ¡Pero chico! ¡Cómo se te ocurre venir aquí! – me decía mientras me conducía dentro de una casa, donde muchas personas, entre niñas y mujeres, se refugiaban como podían de los disparos y los cuchillos, allí todo valía. - ¡Dios mío! ¡Estas herido! 
-       ¡Abuelo! ¡No sabía dónde estaba! – me disculpaba olvidando la herida, pese a que escocía mucho.- ¿Cómo me has encontrado?
-       ¡El arma! Tocaste el mosquete Charleville, era lógico que te llevase a esta época, fue la más usada en la revolución – Me decía entre los gritos y bullicio lejano, mientras me envolvía un trozo de ropa alrededor de la herida – no es profunda, pero te dejará marca… 
De pronto caí en la cuenta de que mi abuelo conocía el rumbo a seguir casi a la perfección. Cruzamos una calle y otra corriendo a toda prisa, casi me costaba seguirle, no paramos hasta que llegamos a un palacio Parisino casi en ruinas, habría sido bonito antes de todo aquello. Entramos sin perder un solo segundo, mientras en las calles seguía desatada la locura, al parecer y estaba claro que sin darme cuenta había tenido la mala suerte de aparecer en el día en que la bastilla había sido tomada, el momento en el tiempo en que las matanzas acababan de dar comienzo, me situaba pues en el año 1789. De pronto subimos las escaleras del viejo palacio, las habitaciones estaban destrozadas y sin duda había sido saqueado. En el suelo del primer piso encontramos varios cadáveres, mujeres y niños, todo ellos burgueses. En el segundo piso, más de lo mismo,  mi abuelo me instó a seguir, a olvidarme de las tres niñas y de aquella mujer de ojos claros, vacíos y perdidos en la poca luz del sol que penetraba por las ventanas tapiadas con maderas, habrían resistido todo lo posible. Mi abuelo me esperó tras una puerta, y entré aun conmocionado, como si fuese la primera muerte que veía aquel día… sin embargo me afecto más que otras, quizá la sola visión de la madre con sus hijos, de la protección que no había podido darles…  cerró tras de él con una llave. 
-       ¿Cómo es que tienes una llave? – Le pregunté casi con admiración.
Entonces no respondió. Simplemente sacó algo de su bolsillo envuelto es un pañuelo, lo descubrió, sin tocarlo, era una figura de arcilla y entonces recordé cuantas veces la había visto. Me pidió que la tocara, y en cosa de segundos me hallaba en su casa, en la antigua casa familiar. Era el taller de mi abuelo, lo recordaba bien, allí hacia sus manualidades, y sin duda había fabricado aquella figura, la que siempre le devolvía a casa. Por suerte mi abuelo, que acababa de aparecer ante mí, no parecía estar enojado, no solía enfadarse ni tampoco noté reproche en sus palabras, quizá porque él también tenía ese poder, y no querría ni pensar las locuras que habría hecho en su juventud, apenas tenía yo diecisiete años cuando eso sucedió, así que bueno, sería fácil no culparme demasiado por ello.
-       ¿Tendremos que curarte eso no? – me preguntó con cariño, mientras le seguía por la casa. Subimos las escaleras que comunicaban el viejo taller con el resto de la casa.
Llevaba casi tres años sin pisar aquellos suelos, y en aquel instante, mientras le seguía a través de los largos y brillantes pasillos, deseé conocerlo todo de aquel lugar, la historia de su construcción, a mis viejos familiares correteando por allí, ¿de qué año sería…?
-       ¡Ni se te ocurra! – exclamó mi abuelo levantando el dedo, pues había visto a través de las brillantes paredes mi intención de agacharme para tocar el suelo.
-       ¿nunca te ha picado la curiosidad? – le pregunté mientras aun le seguía, ahora más de lejos.
-       ¡por supuesto! Pero hay pensar en las consecuencias chico, ¿Qué harías si aparecieras aquí en medio y de repente junto con tu antigua familia? ¿O con los constructores a punto de terminar…¿ O incluso en época de guerra…?
-       ¿Aquí llegó la guerra?
-       Por supuesto, aquí han pasado muchas cosas, pero ya hablaremos de ello, no es un buen lugar para fijar la vista atrás, como tampoco lo ha sido viajar hasta esa Francia en particular…
-       Ya, es que ese mosquete…
-       ¿Qué te parece si tenemos una larga charla tu y yo? - Dijo pasándome el brazo por el cuello, casi me sacaba tres palmos de alto, y me condujo hasta el baño para curarme la herida, por suerte no era nada, aunque si, a día de hoy la cicatriz me acompaña aun. Un grandísimo recuerdo.
Nuestra conversación se alargó horas. Recordamos con risas y aplausos el día en que descubrí mi poder, mi don como lo llamaba mi abuelo. Lo cierto es que hacía poco más de un año de aquello, pero aun así parecía muchísimo tiempo, quizá porque no le había vuelto a ver desde entonces, ni siquiera era capaz de comprender como me había encontrado, había sido toda una sorpresa, una alegría enorme verle allí, que hubiese llegado justo a tiempo como para rescatarme…eso no tenía precio. Pero a la vez, entre tanta alegría el recuerdo de mi abuela seguía tan presente que era difícil verle sin ella a su lado, era lo natural, al menos lo había sido. En aquel año mi abuelo se había aislado, todo había sido muy repentino, mi reciente y descubierto poder, la muerte repentina de mi abuela… Mi abuelo, al que por cierto aún no he presentado, respondía al nombre de Sir James Norringwood, y si, en efecto le había sido otorgado el honor de ser Sir de la Reina de Inglaterra hacía ya treinta y dos años. Y es que quedaba claro que mi abuelo estaba destinado a ser un famoso historiador, un arqueólogo respetado, un genio en el mundo de la historia, del arte de todos los siglos y épocas conocidas, además había sido profesor y catedrático en la Universidad de Oxford, allí era un estudiante honorifico, respetado y con tantos masters que no debían caber ya en su expediente académico. Me honraba tenerle enfrente y que fuera parte de mi familia. Recuerdo cuando recién había descubierto mi don, le dije convencido de que yo sería como él, que sería un gran historiador y todo lo demás… y entonces entendí la verdad de todo aquello, y es que podías usar ese don correctamente y conseguir ser como él, pero también podías hacerlo y no aprender absolutamente nada… Escuetas y directas palabras cargadas de razón, pues yo a mis 16 y con un año de poder no había aprendido nada, lo cierto es que había habido poco de arte antiguo a mi alcance por aquel entonces. Durante toda aquella conversación me desveló secretos, ideas, me dio multitud de consejos, me explicó que había sido nuestra conexión lo que le había dado la pista de donde me encontraba, había visto el mosquete en su mente casi a la perfección. ¿Entonces era eso? ¿Estábamos conectados? ¿Pero y el mosquete donde estaba?
-        ¡Madre mía, exclamé en ese instante! ¡En la tienda, con mi madre! ¡En una tienda de objetos antiguos! ¡Ahí estaba el mosquete! - Mi abuelo, por parte de madre se había llevado las manos a la cabeza, ella sí que se enfadaría...
-       ¿una tienda de antigüedades? – Vi que mi abuelo fruncía el ceño…
En efecto, antes de aparecer en Paris me hallaba en una tienda de antigüedades, con mi madre, y en aquella tienda vi por primera vez la oportunidad de probar mi poder con algo realmente antiguo, en algo con historia, y quien sabe, con disparos y aventuras, ahora el haber pensado eso me parece un poco absurdo claro, típico de un adolescente descuidado, pero no tarde en darme cuenta de ello. Recuerdo como me llamó la atención aquel mosquete, seguramente fue por la vejez que transmitía, olí a viejo, realmente sentí el olor y en parte me transportó, no literalmente aun, pero me pareció un arma hermosa. Con ella recordé la sensación de tele transportarme de nuevo, sentir como mi cuerpo flotaba, no hacia arriba, si no en todas partes, una sensación de no sentir nada, y de repente, lo ves, como una visión tras un destelló de luz , como mantener la visión fija en una imagen después de haber observado el sol durante algunos minutos, indescriptible. Y quizá fue tan maravilloso porque la primera vez no tienes ni tiempo para flipar, como podría decirse. 
De pronto mi abuelo, en un gesto instintivo, se levantó para coger el teléfono que había en la mesilla, al lado del inmenso sofá donde llevábamos horas hablando sin pausa, y después de darle vueltas a lo que quería decirle a mi madre, levantó el auricular con rapidez, como si la idea se le fuese a ir de la cabeza pronto si no lo hacía ya, se sentía inseguro. Era lógico, llevaban algún tiempo distanciados. Y mientras se disponía a marcar el número de mi madre dándole vueltas a los números del anticuado teléfono, el escandaloso timbre de la puerta de la casa sonó, una vez y otra, sonó estridente por toda la estancia. Tanto mi abuelo como yo nos llevamos un buen susto la verdad, estaba convencido de que mi abuelo no esperaría visitas. Mi abuelo me indicó que correría a abrir la puerta antes de que nos dejaran completamente sordos, me pareció buena idea. Para llegar tuve que atravesar de nuevo el largo pasillo hasta la puerta, donde ahora entraba el sol del atardecer, habían pasado al menos cuatro horas. Cuando me encontré ya cerca la abrí enseguida, vi que mi abuelo ya casi llegaba, y allí encontré a mi madre tras la puerta, con los brazos cruzados y mi mochila del entrenamiento de fútbol, lugar del que me había recogido para ir luego a la tienda, el en suelo, sobre sus pies. 
-       Porque no me sorprende… - dijo con aspecto serio nada más verme, aunque su aspecto se volvió dulce enseguida. – estaba preocupada… ¿lo sabes no? – yo, con vergüenza me limité a asentir, a pedirle perdón con la mirada, entonces me ofreció mi mochila y mi abuelo salió a la puerta, aunque se lo había estado pensando unos minutos. 
-       ¡Annabelle, hija! ¡Cuánto tiempo! –exclamó mi abuelo más nervioso de lo habitual, sin duda temía que mi madre le reprochara lo de siempre, lo sincero que había sido en respecto a mi padre, la larga temporada que había pasado en soledad y casi desaparecido tras la muerte de mi abuela, ella también había sufrido le dijo la última vez que hablaron por teléfono, que no solo él sufría y que debían compartirlo. 
-       ¿Cuánto hace que no te afeitas? – le preguntó ella. Mi abuelo casi no pudo ni contestar, le sonrió con cariño y se palpó la barba como asintiendo, entonces la invitó a entrar sin más. 
-       Mucho… – contestó al fin.
-       ¿Cómo sabias que estaba aquí? ¿eh, mama? – pregunté de repente, acaba de caer en la cuenta, sin embargo mi abuelo no se sentía confuso por eso, es más, cuando me miró levantó sus espesas las cejas grises y despeinadas. - ¿abuelo?
-       Tengo que hablar un rato con él, dejaré que escuches si te estas callado. – dijo mi madre con mucha calma.
-       Así es, charlaremos un rato. -  mi abuelo asintió, parecía más relajado.
Entonces se dirigieron hacía el gran sofá en el que habíamos estado hablando con mi abuelo, la verdad es que ya me encontraba bastante cansado tras la conversación, además hay que pensar que nada más salir del instituto mi madre me había insistido en que la acompañase a la tienda de antigüedades, me había parecido raro pero no solía decirle que no a estar con ella un rato. Mi padre había desaparecido para decirlo de alguna manera, haría ya algunos años, al final todo había jugado en su contra, su carácter, su prepotencia, su frustración con todo cuanto le rodeaba, lo cierto es que ni se hablaba con su familia, ni padres ni hermanos, y por ello nosotros teníamos muy poca relación, casi nula. Así quería que fuese con mis abuelos. Y durante un tiempo casi lo consiguió. 
Nada más tomar asiento ni madre comenzó a relatar lo sucedido en la tienda de antigüedades, yo escuchaba con atención y temiendo lo que mi abuelo pudiera contarle respecto a nuestro secreto, como él me había dicho varias veces. Poco tardaría en descubrir que era más que un secreto a voces.
-        Sucedió casi en un segundo, cuando me volví ya no estaba, sólo la mochila y el mosquete en el suelo, estaba claro, y temí donde podría haber ido... – dijo mientras se ponía cómoda sobre el sofá.
-       ¿Entonces no te sorprendió? – dije sin poderme refrenar.
-       Shh... Calla y escucha, chico. – me dijo mi abuelo - ¿Supiste dónde había ido? 
-       Bueno... Sabía de qué época era el mosquete si te refieres a eso, y si lo imagine... – le contesto algo insegura con su respuesta, como si supiese que no era la que mi abuelo esperaba escuchar, parecía una excusa, ¿pero de qué? En ese instante estaba flipando, sí.
-       Así qué solo lo imaginaste...- pareció confirmar mi abuelo.
-       Puede que no sea tan buena como tú...
-       Eso es porque no prácticas, desde hace mucho seguro. – dijo mi abuelo como si riñera  a una niña.
-       Ya veo que tú lo haces mucho... Viste el mosquete, lo supe e imagine que te encargarías... – corrió a decir mi madre, simplificando la historia.
-       Me alegra que confiaras en mí, y así ha sido, en plena revolución y está vivo – exclamo levantando mi brazo en signo de victoria. Yo me reí, aunque lo había pasado bastante mal la verdad...
-       ¡No haga eso papa! – exclamo para sorpresa de todos, levantándose del sofá para bajar mi brazo de la victoria – te lo tomas como un juego, pero joder ha estado en la Revolución Francesa! Podrían haberlo matado...
-       Casi! – exclame, enseñando el brazo, para desaprobación de abuelo, que se llevó las manos a la frente y la frito un largo rato.
-       Bueno, ¿Qué viste? – me pregunto con atención mi madre, yo conteste complacido, tenía ganas de contárselo a todo el mundo. 
-       Pues... Pues... – casi me costó hablar de las ganas de sacarlo – primero aparecí en un taller de armas, justo en frente de un mosquete igual, pero reluciente, casi acabado de hacer...
-       El mismo que tocarse en la tienda... – intervino mi madre.
-       Si lo sé, el abuelo me lo contado, tiene lógica no?
-       Veo que habéis hablando mucho... – insinuó ella, luego me pidió que prosiguiera.
-       Y entonces, empecé a oír todo el ruido, tardo algunos segundos en llegarme del todo, pero no pude evitar salir a echar una ojeada, quiero decir... ¿Para ver un poco no? – no me respondieron – bueno... Pues ahí fue cuando un montón de gente me arrastro calle abajo, estaba metido del todo en la avalancha humana, era horrible! Casi me costaba respirar... ¡Y luego vi la bastilla, que pena no haber llevado una cámara para inmortalizarla! 
-       Ah! Pero eso no se te ocurra nunca! – volvió a advertirme mi madre. – eres joven, no eres aun consciente de todo lo que puede suceder, puedes ocasionar cambios que pueden repercutir en el futuro…
-       ¡Ese está muy visto! – exclamé
-       No es el peor… – intervino mu abuelo con más seriedad – También puedes perderte, por supuesto también puedes morir, eso lo tienes claro, y también puedes llegar en un día equivocado, en un lugar en guerra…o en plena caza de brujas… - Explico dirigiendo una última mirada a mi madre, lo entendí enseguida.
-       Sí, mi primera vez fue terrible, creí que no regresaría… 
-       ¡En plena caza de brujas!  - exclame
-       Si, en Escocia, sobre el año 1612, un simple farol me llevó directa a una quema de tres supuestas brujas en un campo, todos los allí presentes me vieron aparecer, recuerdo sus caras de asombro, - lo recordaba con amargura - entonces vi como alguien a mi lado sostenía el farol, había sido usado para encender las hogueras… fabricado seguramente ese mismo día. - mi madre hizo una pausa. – El Rey Jacobo I, quien reinaba en aquellos años y sus súbditos me tomaron por bruja, supongo que era de esperar, mi aparición fue toda una sorpresa. Algunos se marcharon espantados porque pensaban que liberaría a las chicas, que habían sido como no, injustamente condenadas. 
-       Que pasó luego? – pregunté.
-       Me apresaron… – Respondió mi madre, mientras entre ella y mi abuelo cruzaban miradas cómplices – Me torturaron, pensaban que era la jefa de todas ellas, pensaban que era algo peor que una bruja. La verdad es que no tengo un buen recuerdo de aquella vez…
-       La única vez… . -añadió mi abuelo – desde entonces no quiso volver a intentarlo, ¿me equivoco?
-       No, no te equivocas, y no pienso hacerlo, no volveré a intentarlo
-       ¿Y si vas a un lugar más seguro? – le comenté.
-       Alain… - me advirtió – aun me cuesta pensar que tú te estas volviendo como él – Dijo señalando a su padre. – Si supieras las locuras que ha hecho, los lugares donde ha estado…
-       Y las cosas increíbles que he visto Annabelle, no olvides eso, he paseado días enteros por la jungla, he vivido en playas rodeado de cavernícolas, he llegado a conocer a Tutankamon, al mismísimo Davinci, a Miguel Ángelo, a Shakespeare, a…
-       Ya está bien padre… - le cortó mi madre. Y entonces me miraron los dos, estoy seguro de que mis ojos debían de estar brillando por todo lo que mi abuelo había visto, por todas las locuras que había llevado a cabo, y aun con todo ello seguía allí, y nunca se había perdido, quizá en muchas más ocasiones de las que nos podíamos imaginar habría estado seguramente cerca de la muerte o de algún gran peligro. ¿habría estado en la época de los dinosaurios? ¡Seguro! 
-       Se está haciendo de noche… – comentó mi padre.
-       Sera mejor que nos vayamos, tenemos más de una hora de camino hasta casa – apunto mi madre poniéndose en pie.
-       ¿no queréis cenar entonces? – se apresuró a preguntar mi abuelo.
-       Mejor que no…papá.
-       ¡Porque no! – exclamé.
-       Porque es tarde y mañana tienes instituto…
-       Sigues enfadada… – apuntó mi abuelo mientras mi madre se iba alejando, yo la seguía aunque desganado. Me habría gustado compartir más rato con él aquel día.
-       No es eso… de verdad. Tengo mucho que hacer en casa, los platos se amontonan y tu ropa del entrenamiento apesta, pero gracias, de verdad. – mi abuelo asintió, no se lo tomó a mal.
-       ¡Vaya!¡Pero no tanto como las calles de parís en la Revolución! Seguro… – dije riendo. Mi abuelo también se rio, pero mi madre, se limitó a mover la cabeza en gesto de resignación, y esbozó una ligera sonrisa.
Enseguida nos encontramos en la puerta, allí tardaron un rato en despedirse.
-       Si estás sola es normal que tengas tantas cosas que hacer…llevar una casa siempre es duro…
-       No empieces, ¿quieres que te diga que al final acertaste? ¿Qué John era un imbécil y que me acabaría dejando sola y pobre? – Recuerdo que no usó tonó de reproche ni hubo rencor en sus palabras, pareció que más bien se desahogaba. 
Nunca había oído a mi madre hablar tan claro de John, que por cierto, así me referiré a él en esta historia. Mi abuelo se limitó a asentir, cuantas veces le habría advertido, pero a la vez no había mucho que pudiese hacer, casi convenció sabía que el tiempo le daría la razón, John nunca iba a cambiar, las personas como él no cambian, se estancan y finalmente huyen.  Finalmente nos despedimos, y mientras me alejaba y mi abuelo decía adiós con la mano, admiré la gran casa familiar donde habían vivido desde su construcción gran parte de la familia de mi abuela, unos aristócratas franceses que deseaban quedarse en aquel paraíso inglés, rodeado de grandes campos verdes, bosques espesos de frondosos árboles, diferentes especies mezcladas que llenaban de color todo el campo. Subimos al coche de mi madre, viejo y destartalado, pero seguía siendo un mini. Cuando me subí ya me había puesto los guantes, no me apetecía para nada ver otra fábrica de montaje, no me resultaba nada interesante, además sabía que era de los años 60 más o menos, una época poco interesante desde mi punto de vista…El camino se hizo más largo de lo habitual, mi madre estaba callada, perdida entre sus pensamientos, ¿pero que podía estar pasando por su cabeza? Había muchas cosas en las que podría está pensando en aquel momento. Quizá en John, en que se había ido de repente, solía hacerlo, pero en aquello ocasión no había vuelto, habían pasado un par de años, quizá sabe… También podría estar dándole vueltas a nuestro poder, al que ahora resultaba que compartíamos, cuantas veces desee hablar de ello con mi madre, pero mi abuelo había insistido mucho en el tema, quizá porque por lo que parecía ella rehusaba utilizarlo, su primera experiencia había sido decepcionante, de eso no cabía duda. Pero mi primera vez no había estado nada mal, por supuesto desconocía como regresar al lugar de partida, y como no, había sido mi abuelo quien me había ido a buscar… Por supuesto en aquella ocasión él había estado a mi lado por lo que me había quedado más sorprendido por el hecho de encontrarme en otro sitio que por que él hubiese aparecido a mi lado. La verdad es que parecía que había tenido más suerte que mi madre, pues yo había aparecido en un lugar desolado. Había sido en la última ocasión que había compartido unos días con mis abuelos en la casa. Como respetado arqueólogo e historiador era lógico que su casa estuviera llena de recuerdos y tesoros, pero me pregunté hasta donde habría llegado para conseguir todo aquello, quizá mi abuelo era un ladrón de tumbas, quien sabía, pero estaba claro que todo lo que poseía no era encontrado en tiempo actual.
-       ¿Quieres ser como tu abuelo? ¿quieres hacer lo que hace él? – me preguntó mi madre de sopetón, sin duda estaba pensando en el tema de nuestro don.
-       Bueno, me gustaría ser historiador si te refieres a eso, quizá ser profesor de universidad, no? Tú estudiaste en una buena universidad, yo también podría…
-       Sí, todo se puede pensar… -  dijo aunque no muy convencida - aun te queda un año de instituto. 
-       Que mal que tu primera vez fuera una mierda, bueno, ya me entiendes… 
-       Si, fue una completa mierda, pero podría haber sido peor, tu abuelo podría no haber llegado a tiempo, ni siquiera conocía el truco de la figura, pero él, tu abuelo tiene miles, ¿sabes lo que significa eso?
-       Pues que ha viajado mucho, no? 
-       Si, cada vez que emprende un viaje talla una de esas figuras, así le devuelven al lugar que estaba al comienzo. Tiene guardados figuras muy antiguas… 
-       Y si ahora las tocase yo, cualquiera de ellas, ¿me llevarían a algún lugar? – no respondió de inmediato, pareció que meditaba la respuesta.
-       Quizá, quien sabe, depende del día que fue tallada, solía grabar la fecha… - Aquello me lleno la cabeza de ideas, supuestas ideas, dolorosas suposiciones, ¿las habría usado para huir hacía tiempo? ¿y a dónde? – Intenta no pensar en ello hijo, eres joven, puedes descubrir mucho si, aprender, pero también puedes crearte enemigos, personas que te tacharan de mentiroso, de un simple saqueador de tumbas. Si quieres saber la verdad, tendrás que hacerte la idea de que muchos otros están equivocados, pero aun así no te darán la razón. 
-       ¿Al abuelo le paso algo así no? Algo me contó la abuela una vez…
-       Bueno, armó revuelo muchas veces, la mayoría las tachaba de teorías, pero en una ocasión se puso firme, y como no se armó una buena. – entonces noté que iba a contármelo - Tu abuelo ha había sido nombrado Sir haría entonces unos diez años, entonces comenzó a escribir su teoría sobre los incas y la construcción del machupichu, por supuesto era más que una teoría, era lo que él había visto y estudiado durante largo tiempo que paso entre la tribu, cuando terminó sus escritos eran realmente asombrosos. 
-       ¿podrían haber sabido la verdad y no quisieron oírla?  - pregunté extrañado, pese a que ahora entendería la idea sin dudarlo. 
-       Quizá la verdad era demasiado distinto a lo que los demás expertos esperaban… 
-       No fue construido por los incas?
-       NO, si fue usado como santuario, ni como fortaleza como algún que otro dijo, solo era un pueblo creado por mujeres venidas de muy lejos, hartas del dominio que el hombre ejercía sobre ellas. Crearon un lugar donde vivir, donde rezara a sus dioses, donde prosperar.
-       ¿Cómo puede prosperar un pueblo sin hombres? 
-       Quizá fue por eso que con el tiempo quedó en ruinas, lo cierto es que tu abuelo no alcanzó a poder ver el fin de aquel pueblo, nunca encontró nada perteneciente a su época final, y aunque vivió entre ellas no fue el tiempo suficiente, solo aprendió. En una ocasión le realizaron un reportaje por eso.
-       ¡lo recuerdo! - Exclamé, y entonces recordé la ilusión que me había hecho verle en la portada de una revista, aunque fuese de las referidas a temas poco serios, o a teorías que se apartaban de las habituales. – me acuerdo de que iba el reportaje, supo enumerar para que servían todas las construcciones, y dejó varios mitos tirados por los suelos.
-       Así fue… pero esa solo es una muestra de lo que puedes encontrarte, de lo que puedes esperar, si realmente quieres ser como él…
-       ¿entonces no te cabrea? 
-       Es tu elección, yo decidí que no quería seguir con aquello, lo recuerdo y… a veces pienso en ello…
-       ¡pues prueba otra vez! – le dije emocionado, pensando que quizá podrías compartir aquello, pero su media sonrisa me lo dejó bien claro, luego respetuosamente me dijo que no, pero que respetaría mi decisión.
-       Es tu don, úsalo, pero hazlo bien.
Esa fue la primera vez que compartí todas aquellas revelaciones con mi madre, y durante largo tiempo después no dejé de contarle todo cuando iba sucediendo, los lugares que visitaba, pero no solo, siempre junto a mi abuelo, así lo decidimos, algún día podría ir solo, pero hasta entonces mi abuelo sería mi compañero de viaje. Por supuesto yo no podía estar más encantado, vimos tantas cosas, lugar que se habían perdido en la memoria, ruinas que ya ni siquiera existían pero que habíamos conseguido contemplar casi por casualidad.
Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño, le di vueltas y vueltas, me estremecía y mi vello de erizaba al pensar en todo lo que podría llegar a ver, descubrir, el conocimiento está a mi alcance, y quizá también la clave de todo cuanto nos rodea daba ahora.

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